Era de noche y apenas empezaba a lloviznar, yo andaba a varias cuadras de casa. Me sentía enferma de muerte, con ganas de tirarme al suelo y ahogarme en el polvo del cemento sucio. ¿Por qué lo hice?, pensaba aturdida. Ahora es demasiado tarde para volver atrás. "Pero así es mi vida, siempre se hace tarde para todo". Saque de la vaina un cigarro y apunté a todos los demonios que me seguían. "Fuera de acá, mariquitas", dije. Ya está, ya lo hice. Besé sus labios con los míos de resignación; me abandoné un breve momento entre sus brazos, dejé que resbalara todo como el agua... De pronto el azúcar en sangre descendió estrepitosamente y yo deseaba arrojarme al mar del asfalto y dejarme morir. "No se puede caminar con la presión tan baja", argüí a mi voz interior. Deseé que viniera el patrullero que solía apabullarme en la esquina de casa. Esa misma dama palurda que acosaba a los vecinos ahora, yo, la necesitaba. Quería que en carretilla me arrojara dentro del
Todo lo que leerá a continuación ha fracasado.