Yo me largo, me dije ayer a las dos de la madrugada. Tomé un paquete de cigarrillos moribundos que tenía en un cajón olvidado y mágico de la casa y me largué. Es hora de cambiar esta vida. “Muchacho, vamos”, le dije a mi perro. Salimos, el clima ya estaba húmedo, era espeso, gotas y gotas de humedad eran el esperma de la noche fluyendo por los pasadizos de mi mente. Llegué a la puerta y me dirigí a la esquina más cercana. Allí no había nadie, pero el muchacho comenzó a tironear y gruñir. Al parecer había dos señores en la otra esquina. Ni siquiera sentí miedo, estaba encapsulada en una nube de algo que desconocía. “Miedo, lo único que me da miedo es que esto termine y mi vida siga siendo igual que antes”, pensé y continué caminando. El muchacho meaba todos los árboles pero no dejaba de posar sus ojos en esos dos tipos. Estaban a menos de un metro de distancia y murmuraban, los podía oír. Fumaban, fumaban plácidamente. Golpeé mi bolsillo, “ya sé que yo también los tengo”, les di
Todo lo que leerá a continuación ha fracasado.