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Mostrando entradas de noviembre, 2023

DESHINCHADA

  Escupí el chicle por la ventanilla, la música se encendió sola, como siempre que enciendo el auto. Manejé con dirección a alguna casa pero iba perdida. La lluvia incesante en el cristal, sus colores buscaban formas en mi córnea. Me alejé, supuse que te alejabas también; supuse que subías la escalera y entrabas a tu departamento. Tu ropa se amontonó en su rincón preferido. Tu piel se acurrucó en la manta que dejé caliente, te tocaste imaginando mis dedos, te encendiste y tu recuerdo busco mi piel. Me desvié en el camino, confundida puse el GPS. "Su destino está a 30 minutos", me alertó la maquinita que siempre me salva. Supuse que encendiste la luz del baño y limpiaste tu cara, tus manos. El agua era fría y te molestaba. Caminaste de nuevo hasta tu cama. Cambié de canción, cambié otra vez, era un caso perdido. El limpiaparabrisas desnudaba la autopista, el coche de atrás quería empujarme. No me apuré, aún era tarde. Supuse que tomaste agua, la que dejaste en

NO HAY MÁS NADA QUE HACER

  Muerte, sombra, esos micros segundos de oscuridad . Cuando no es cáncer de pulmón, es de pecho, el temor constante a padecer una enfermedad. También puede ser de cerebro, sobre todo desde que oigo ese maldito pitido del infierno que bien me hice ver en una clínica. Sí, fui temerosa, arriesgándome a contagiarme Covid (el fucking covid de mierda, perdón la grosería pero quiero descargarme con ese bicho denso. Ah, re que pido perdón y siempre digo groserías) Me levanté decidida a todo una mañana y fui a hacerme ver. Luego de tres millones de veces que me hicieron ir; la OTORRINONARINGOLOGA (palabra de ahorcado cuando tenés 10 años) ME INFORMÓ:  QUE NO ES NADA, QUE ES UNA CONTRACTURA.   Como cuando fui paranoiqueada al oculista porque había unas manchitas psicodélica negra que perseguía en el aire. Como si tuviera una mosca delante de la vista, me fumé un fondo de ojos para que la oculista me dijera NO ES NADA.   ¿Entonces, viejo, qué es lo que está pasando? Me hago los controles g

COGER SIN FORRO

 Cómo me cuesta escribir, derrumbarme sobre este teclado y explicar algo. La primavera, el sol, los pajaritos, ni Mario Sánchez me quita la bruma mental.  Si mi cuerpo fuera un territorio y las enfermedades que creo que me acechan mis enemigos, me daría cuenta que los enemigos realizaron una estrategia ineludible de pinzas, si voy hacia un lado hay un ejecito, si subo a la cabeza hay otro. Estoy rodeada, y todos me amenazan con asesinarme lenta y cruelmente. Me quieren arrancar las uñas, los dientes, quebrar los tobillos, quitarme el poco h2o que no bebo.  El ruido de los oídos que no cesa, la mancha que sostengo en la vista como si fuera una mira, algún pinchazo cerca del pecho, los pulmones de fumadora, el hígado de bebedora. ¡OK! Yo tampoco ayudo mucho, podría ser una hipocondriaca de esas que se cuidan (responsable, sería?), ¡pero no! Me gusta coger sin forro a la vida misma. Me gusta acostarme desnuda en el pasto y después me acuerdo que me pude subir una araña y picarme; o p