Estoy tirada en la cama con una tanga rosa que
le cuelga una bijou barata, creo que me la regaló mi mamá para la última navidad. El ventilador en su punto máximo hace volar la
puntita de una servilleta que está apoyada bajo un tarro de agua vacío y medio
mohoso. La vida apesta cuando apesta, pero esta vez tengo una extraña esperanza
agazapada a la punta de mi dedo más pequeño. Como que al atravesar los días de
cuarentena todo
va a cambiar. De todas formas, soy muy optimista siempre pienso que
todo va a cambiar, que mi vida dará un giro y no tendré que ir nunca más a
trabajar a la oficina que recluta viejos pajeros. Creo que es una sensación que
nos pasa a todos. No me siento especial por tenerla. Siento que en el mes de abril todo va a cambiar.
El cuarto esta oscuro, solo el brillo de la
luz de la tele que refleja el menú de Netflix se proyecta en las cuatro paredes
blancas. El perro me mira desde el living, tiene ganas de mear. El gato es un
ser extraterrestre que me mira con dulzura y no me reclama nada. Miro mi mesa
de luz, la servilleta sigue ahí, agitando sus ansias de libertad; miro mi cuerpo
desnudo, por momentos creo que los cuatro kg que me cargué de más desde el
encierro no se notan; miro la mesa de luz, sigue faltando el cenicero con un
cigarrillo a medio fumar. Creo que debo
ir a la terraza a leer, eso me distrae de mis ganas de fumar. Ya terminé dos
libros desde el encierro.
“Fumar es
para perdedores”, trato de
convencerme con un artilugio que sé que me cabe entero. “Pero soy perdedora”,
me digo mientras me despego de la sabana bordó que ya debo cambiar. “Fumar es asqueroso, es un vicio estúpido”,
vuelvo a arremeter con algo que no estoy segura de ser. “Perdedora sí, estúpida
no”, me convenzo finalmente.
Suena el celular es mi mamá preguntando qué
estoy haciendo.
—“Home
office, mami, home office”.
DIFICULTAD DEL 1 AL 10:
7.50
COSAS RARAS: Esas putas
ganas de fumar van y vienen a su antojo. No siguen un patrón, solo van y
vienen.
Una imagen que proyecto de mi que nunca existió |
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