Yo me largo, me dije ayer a las dos
de la madrugada. Tomé un paquete de cigarrillos moribundos que tenía en un
cajón olvidado y mágico de la casa y me largué. Es hora de cambiar esta vida. “Muchacho,
vamos”, le dije a mi perro. Salimos, el clima ya estaba húmedo, era espeso, gotas
y gotas de humedad eran el esperma de la noche fluyendo por los pasadizos de mi
mente. Llegué a la puerta y me dirigí a la esquina
más cercana. Allí no había nadie, pero el muchacho comenzó a tironear y gruñir.
Al parecer había dos señores en la otra esquina. Ni siquiera sentí miedo,
estaba encapsulada en una nube de algo que desconocía. “Miedo, lo único que me
da miedo es que esto termine y mi vida siga siendo igual que antes”, pensé y
continué caminando.
El muchacho meaba todos los árboles
pero no dejaba de posar sus ojos en esos dos tipos. Estaban a menos de un metro
de distancia y murmuraban, los podía oír. Fumaban, fumaban plácidamente. Golpeé
mi bolsillo, “ya sé que yo también los tengo”, les dije a mis cigarros. Sabía
que cuando terminemos la vuelta manzana fumaría uno. Estaba dispuesta a
hacerlo.
Uno de los hombre parecía el cantante
de una banda de música y el otro un ignoto para mi ignorancia respecto de casi
todo.
—Algo tiene que cambiar—, le oí decir
mientras me acercaba.
— No va a cambiar nada, la gente está
enferma de quietud. Quieren que todo esto termine para volver a sus míseras
vidas y verlas como geniales durante diez días, para volver a odiarlas en un
mes.
Pasé junto a ellos, el perro se los
quiso comer y el de la voz más gruesa me dijo “como te cuida”.
Sonreí.
Sonreí.
—Si esto no nos cambia significa que
seguimos muertos. La pandemia es un RCP para que reaccionemos—, dijo y succionó de su cerveza con una pasión genuina que me dieron ganas de tomar con ellos.
Continué tironeando al muchacho para
que avanzara. Cuando llegué a la puerta de casa saqué el paquete de cigarros. No conté
cuantos tenía, sabía que unos cuantos. Los miré. Me miraron. Lloviznaba. No
pasaba ni un auto, ni una sombra, ni una distracción. Estaba en un viaje hacia
el centro de mi misma.
A la noche soñé con Maradona, estábamos
en un bar tomando cerveza. Estaba descansando del mejor gol del mundo. “Ahora
vuelvo a la cancha y lo meto”, me dijo. Estaba por hacer la jugada mágica, él
sabía que la haría. Iba a eso. Sabía lo que quería.
Hoy me desperté el día estaba gris y
tristón, no me importó, me senté a escribir y a tomar mate. Abrí el cajón para
ver el paquete. Parecía que estaban los mismos, no fumé. Quizá deba pensar en masturbarme
más seguido.
DIFICULTAD DEL DÍA DE HOY: De a ratos 10, de a ratos 1
COSAS RARAS: La fluctuación de mi alma.
PD: Voy a dormir una siesta para ver si después de meter el gol viene a abrazarme.
PD: Voy a dormir una siesta para ver si después de meter el gol viene a abrazarme.
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